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De «Krishnamurti – Obras Completas»
Por Jiddu Krishnamurti

El amor es la única respuesta perdurable a nuestros problemas humanos. No dividan artificialmente el amor como el amor a Dios y el amor del hombre. Sólo hay amor, pero el amor está cercado por múltiples barreras. La compasión, la indulgencia, la generosidad y la bondad no pueden existir si no hay amor. Sin amor, todas las virtudes se vuelven crueles y destructivas. El odio, la envidia y la mala voluntad impiden la integridad del pensamiento-emoción, y sólo en esta integridad son posibles la compasión, la indulgencia.

La relación actúa, si se lo permitimos, como un espejo que refleja todos los estados de nuestro ser; pero no se lo permitimos cuando queremos encubrir nuestra realidad; la revelación es dolorosa. En la relación, si estamos atentos, se revelan tanto nuestros estados conscientes como los inconscientes. Esta autorrevelación cesa cuando usamos a las personas como necesidades nuestras, cuando dependemos de ellas, cuando las poseemos. La relación es usada, principalmente, para disimular nuestra propia pobreza interna; tratamos de enriquecer esta pobreza psicológica apegándonos el uno por el otro, etc. Hay conflicto en la relación, pero en vez de comprender su causa y así trascenderla, tratamos de escapar de ese conflicto y buscamos satisfacción en otra parte.

Usamos nuestra relación con las personas, con la sociedad, como usamos las cosas: para encubrir nuestra superficialidad. ¿Cómo puede uno superar esta superficialidad? Todo superar, jamás es un trascender, un ir más allá de aquello que uno supera; porque lo que se ve superado, sólo adopta otra forma. La pobreza del ser se revela cuando tratamos de superarla encubriéndola con posesiones, con la adoración del éxito e incluso con virtudes. Las cosas, la propiedad, llegan a tener gran importancia y tienen que ser mantenidos a toda costa; en ese caso, el nombre, la familia y su continuación se vuelven vitales.

O puede que tratemos de encubrir esta vacuidad con ideas, creencias, doctrinas, fantasías; entonces la opinión, la bondad y experiencia de otros adquiere un significado poderoso. Las ceremonias, los sacerdotes, los Maestros, los salvadores se vuelven esenciales y destruyen la confianza en nosotros mismos, por lo cual rendimos culto a la autoridad.

De este modo, el miedo a lo que uno es, genera ilusión y la pobreza del ser continúa. Pero si nos tornamos intensamente alerta a estas indicaciones acerca de nosotros mismos, tanto a las conscientes como a las inconscientes, entonces, mediante el tenaz discernimiento se genera un estado distinto que no tiene relación alguna con la pobreza del ser. Superar meramente la superficialidad es continuar siendo superficial.

El autoanálisis y la percepción alerta son dos cosas diferentes: el uno es malsano, pero en la percepción alerta hay júbilo. El autoanálisis tiene lugar después de que la acción ha pasado; desde ese análisis, la mente crea un patrón al cual es forzada a amoldarse una acción futura. Por eso se genera rigidez del pensamiento y de la acción. El autoanálisis es muerte, y la percepción alerta es vida. El autoanálisis sólo lleva a la formación de una norma y a la imitación, y así no es posible liberarse de la esclavitud, de la frustración. La percepción alerta existe en el instante de la acción; si uno está atento, entonces comprende de manera global, como una totalidad, la causa y el efecto de la acción, el proceso imitativo del temor, sus reacciones y demás. Esta percepción alerta libera el pensamiento de aquellas causas e influencias que lo limitan y retienen; lo libera sin crear futuras esclavitudes. De esta manera, el pensamiento se vuelve profundamente flexible. El autoanálisis o la introspección tienen lugar antes o después de la acción, preparándola así para el futuro y limitándola. La percepción alerta, en cambio, es un proceso constante de liberación.