Tomado de una charla dada por Krishnamurti en Ojai, California, 1949.

krishnamurti
Todos estamos de acuerdo en que debe haber paz en el mundo. ¿Y cómo es posible esa paz? La paz sólo es posible cuando no hay egoísmo, por cierto; cuando el “yo” no es importante. Como soy pacífico en mí mismo, mis actos serán pacíficos; no seré, por lo tanto, antisocial. Y alejaré de mí todo lo que contribuya al antagonismo. Por consiguiente, tengo que pagar el precio de la paz, ¿no es así? Pero la paz debe originarse en mí mismo. Y cuanto mayor sea el número de nosotros que tenga esa actitud, mayor será, por cierto la posibilidad de paz en el mundo, lo cual no significa subordinación de la voluntad individual del todo, a un propósito, a un plan, a una utopía. Veo, en efecto, que no puede haber paz mientras yo no sea pacífico. Ello significa: nada de nacionalismos, nada de clase. Conocéis todas las cosas que implica el hecho de ser pacífico, el cual significa ser completamente exento de egoísmo. Cuando eso exista, entonces cooperaremos. Entonces será inevitable que haya cooperación. Cuando hay coacción extraña para obligarme a cooperar con el Estado, con un grupo, puede que yo coopere, pero en mi fuero íntimo estaré en lucha, no habrá alivio alguno. O puede que yo me valga de la utopía como medio de hallar plena satisfacción, lo cual es también expansión de uno mismo.

Así, pues, mientras la voluntad del individuo se someta a determinada idea por causa de la codicia, de la identificación, tiene que haber finalmente conflicto entre el individuo y lo colectivo. De suerte que el énfasis, sin duda, no ha de ponerse en el individuo y lo colectivo como opuestos entre sí, sino en la liberación del sentido del “yo” y de “lo mío”. Habiendo esa libertad, no hay problema del individuo en oposición a lo colectivo. Pero como eso parece casi imposible, se nos induce a que nos unamos a lo colectivo a fin de producir una acción determinada, a que sacrifiquemos al individuo en aras del todo; y ese sacrificio nos lo exigen otros hombres, los líderes. Es posible, mientras tanto, considerar todo este problema inteligentemente, no como relativo a lo individual y a lo colectivo, y darnos cuenta de que no puede haber paz mientras vosotros y yo no seamos pacíficos en nosotros mismos; y que la paz no puede comprarse a ningún precio. Vosotros y yo tenemos que vernos libres de las causas que producen conflicto en nosotros mismos. Y el centro del conflicto es el “ego”, el “yo”. Pero la mayoría de nosotros no quiere librarse de ese “yo”. Esa es la dificultad.
Casi todos gustamos de los placeres y las penas que trae el “yo”; y mientras estemos dominados por el placer y las penas del “yo”, habrá conflicto entre el “yo” y la sociedad, entre el “yo” y lo colectivo; y lo colectivo dominará al “yo” y lo destruirá, si puede. Pero el “yo” es mucho más fuerte que lo colectivo; por tanto, siempre lo embauca y trata de asegurarse una posición para él, para expandirse, para satisfacerse.

La verdadera función del hombre, a no dudarlo, consiste en libertarse del “yo”; y por lo tanto en la búsqueda de la realidad, en el descubrimiento y el advenimiento de la realidad. Las religiones juegan con ello en sus ritos y jeringonzas; ya conocéis todo ese negocio. Pero si uno llega a darse cuenta de todo este proceso que hemos estado dilucidando durante años, surge una posibilidad de que funcione la inteligencia recién despierta. En ello no hay autoliberación ni autorrealización, sino “creatividad”. Es esta acción creadora de la realidad, que no está sujeta al tiempo, la que a uno lo emancipa de todo este problema de lo colectivo y lo individual. Entonces está uno realmente en condiciones de ayudar a crear lo nuevo.