Castidad
Del Libro «Comentarios sobre el Vivir» de Jiddu Krishnamurti
El arroz estaba madurando, el verde tenía un matiz dorado, y sobre él se derramaba el sol vespertino. Había largas y estrechas zanjas, y el agua que las llenaba recogía la luz del atardecer. Las palmeras se inclinaban sobre los arrozales a todo lo largo de su borde, y entre las palmas había casitas, oscuras y alejadas. La callejuela serpenteaba perezosamente por entre los arrozales y las palmeras. Era una senda muy musical. Un chico estaba tocando la flauta frente al arrozal. Tenía un cuerpo limpio y sano, bien proporcionado y delicado, y sólo estaba cubierto con una tela blanca. La luz del sol poniente le daba en la cara, y sus ojos sonreían. Estaba practicando la escala, y cuando se cansaba de ésta, tocaba una canción. Realmente estaba disfrutando con ello, y su gozo era contagioso. Aunque yo estaba sentado sólo a corta distancia, nunca dejaba de tañer. La luz vespertina, el mar verde dorado del campo, el sol entre las palmeras y el niño tocando su flauta, parecían dar al atardecer un encanto raramente sentido. De pronto dejó de tocar, se acercó y se sentó a mi lado; ninguno de los dos dijo una palabra, pero él sonrió y su sonrisa pareció llenar los cielos. Su madre lo llamó desde alguna casa oculta entre las palmeras; no respondió inmediatamente, pero a la tercera llamada se levantó, sonrió y se marchó. Más allá, a lo largo de la senda, una joven estaba cantando al son de algún instrumento de cuerda, y tenía una voz bastante agradable. A través del campo, alguien recogió la canción y cantó a plena voz con desenvoltura, y la niña interrumpió su canto y escuchó hasta que la voz masculina hubo terminado. Ahora ya iba oscureciendo. El lucero de la tarde estaba sobre el campo, y las ranas empezaban a llamar.
¡Cómo queremos poseer la nuez del cocotero, la mujer y los cielos! Queremos monopolizar, y las cosas parecen adquirir mayor valor mediante la posesión. Cuando decimos “es mío”, el cuadro parece volverse más bello, más digno de tenerse; parece adquirir mayor delicadeza, mayor profundidad y plenitud. Hay una extraña cualidad de violencia en la posesión. En el momento en que uno dice “esto es mío”, se convierte en una cosa que hay que cuidar, defender, y en este mismo acto hay una resistencia que engendra violencia. La violencia siempre está buscando éxito; la violencia es culminación de uno mismo. Triunfar es siempre fracasar. La llegada es la muerte y el viajar es eterno. Ganar, ser victorioso en este mundo, es perder la vida. ¡Cuán ansiosamente vamos tras un fin! Pero el fin es perpetuo y así es el conflicto de su persecución. El conflicto es un continuo conquistar, y lo que se conquista ha de ser conquistado una y otra vez. El vencedor siempre está atemorizado y la posesión es su oscuridad. El derrotado, anhelando la victoria, pierde lo ganado, y de este modo es igual al vencedor. Tener el cuenco vacío es tener la vida que es inmortal.
Llevaban casados sólo corto tiempo y aun no tenían hijos. Parecían muy jóvenes, muy distante de la rutina diaria, muy tímidos. Querían hablar de sus cosas serenamente, sin que se les precipitase y sin la sensación de que estaban haciendo esperar a otros. Era una pareja de lindo aspecto, pero había tensión en su mirada sonreían fácilmente, pero tras la sonrisa había cierta ansiedad. Eran limpios y juveniles, pero había un vislumbre de lucha interna. El amor es una extraña cosa, y ¡qué pronto se marchita! ¡Qué pronto el humo sofoca la llama! La llama no es vuestra ni mía; es simplemente llama, clara y suficiente; no es personal ni impersonal; no es de ayer ni de mañana. Tiene un color vivificante y un perfume que nunca es el mismo. No puede poseerse, monopolizarse ni retenerse en la mano. Si se sujeta, quema y destruye, y el humo invade nuestro ser; y entonces ya no hay sitio para la llama.
Decía él que llevaban casados dos años y que ahora vivían tranquilos no lejos de una población algo grande. Tenía una pequeña granja, veinte o treinta acres de arroz y frutas, así como algo de ganado vacuno. El estaba interesado en mejorar la raza, y ella en algún trabajo del hospital local. Sus días estaban llenos, pero no se trataba de la plenitud del escape. Nunca habían tratado de escapar de nada, excepto de sus parientes, que eran muy tradicionales y un poco fatigosos. Se habían casado a pesar de la oposición familiar, y estaban viviendo solos con muy poca ayuda. Antes de casarse habían hablado sobre el asunto y decidido no tener niños.
¿Por qué?
“Ambos comprendíamos en qué tremenda confusión se encuentra el mundo, y producir más bebés parecía algo así como un crimen. Los niños casi inevitablemente se convertirían en funcionarios burocráticos, o esclavos de alguna especie de sistema económico-religioso. El ambiente los volvería estúpidos, o listos y cínicos. Además, no teníamos bastante dinero para educar debidamente a nuestros hijos”.
¿Qué queréis decir con la palabra “debidamente”?
“Para educar los hijos adecuadamente, tendríamos que mandarlos a escuelas, no solamente aquí, sino en el extranjero. Tendríamos que cultivar su inteligencia, su sentido del valor y de la belleza, y ayudarlos a vivir rica y felizmente, de modo que tuvieran paz en sí mismos; y, desde luego, habría que enseñarles alguna clase de técnica, que no destruyera sus almas. Además de todo esto, considerando lo estúpidos que éramos nosotros mismos, a los dos nos parecía que no debíamos transmitir nuestras propias reacciones y condicionamiento a nuestros hijos. No queríamos propagar ejemplares modificados de nosotros mismos.
¿Es que queréis decir que vosotros dos habéis pensado todo esto tan lógica y brutalmente antes de casaros? Elaborasteis un buen contrato; pero, ¿puede llevarse a cabo tan fácilmente como se elaboró? La vida es un poco más compleja que un contrato verbal, ¿no es así?
“Esto es lo que vamos descubriendo. Ninguno de nosotros ha hablado sobre todo esto a ninguna otra persona, antes ni después de nuestro matrimonio, y eso ha sido una de nuestras dificultades. No conocíamos a nadie con quien pudiéramos hablar libremente, porque la mayor parte de los viejos se complacen con demasiada arrogancia en desaprobarnos o en darnos palmaditas en la espalda. Oímos una de vuestras pláticas y los dos quisimos venir a discutir nuestro problema con vos. Otra cosa es que, antes de nuestra boda, prometimos no tener nunca ninguna relación sexual el uno con el otro”.
De nuevo… ¿Por qué?
“Los dos somos de inclinaciones muy religiosas y queríamos hacer una vida espiritual. Siempre, desde niño he anhelado el no ser mundano, vivir la vida de un sannyasi. Solía yo leer muchísimos libros religiosos, lo cual sólo fortalecía mi deseo. Y efectivamente, llevé puesta la túnica azafranada durante cerca de un año”.
¿Y vos también?
“Yo no soy tan inteligente ni tan instruida como lo es él, pero tengo una fuerte tradición religiosa. Mi abuelo tenía un empleo bastante bueno, pero él abandonó a su esposa e hijos para hacerse sannyasi, y ahora mi padre quiere hacer lo mismo; hasta ahora mi madre lo ha impedido, pero un buen día también él puede desaparecer, y yo tengo el mismo impulso de llevar una vida religiosa”.
Entonces, si se me permite la pregunta, ¿por qué os habéis casado?
“Queríamos cada uno la compañía del otro”, replicó él; “nos amábamos y teníamos algo en común. Habíamos sentido esto siempre desde nuestra más temprana juventud, y no encontrábamos razón alguna para no casarnos oficialmente. Pensamos en no casarnos y en vivir juntos sin relación sexual, pero esto habría causado innecesario trastorno. Después de nuestro matrimonio, todo fue bien durante un año aproximadamente, pero nuestro recíproco anhelo se volvió casi intolerable. Al fin tan insoportable que yo solía marcharme; no podía hacer mi trabajo, no podía pensar en otra cosa, y tenía sueños absurdos. Me volví caprichoso e irritable, aunque no se cruzaba una palabra dura entre nosotros. Nos amábamos y no podíamos hacernos daño el uno al otro, con palabras o actos; y al fin decidimos venir a hablar de ello con vos. Literalmente, no puedo continuar con el voto que ella y yo hemos hecho. No tenéis idea de lo que ha sido esto”.
¿Y vos qué decís?
“¿Qué mujer no quiere tener un hijo del hombre que ama? Yo no sabía que fuera capaz de semejante amor, y también he tenido mis días de tortura y noches de agonía. Me volví histérica y lloraba por la menor cosa, y durante ciertos días del mes esto se volvía una pesadilla. Esperaba yo que ocurriera algo, pero aun cuando hablamos sobre el asunto, no sirvió de nada. Luego empezó a funcionar un hospital cerca de aquí y me pidieron ayuda, y yo estaba encantada de alejarme de todo esto. Pero tampoco sirvió de nada ¡Verlo tan cerca todos los días…!” Ahora lloraba ella, de todo corazón. “Hemos venido, pues, a hablar sobre todo ello. ¿Qué decís?”
¿Es una vida religiosa el castigarse a sí mismo? ¿Es la mortificación del cuerpo o de la mente señal de comprensión? ¿Es el torturarse a sí mismo un camino hacia la realidad? ¿Es la castidad negación? ¿Creéis realmente que podéis llegar lejos por medio de la renunciación? ¿Creéis que puede haber paz mediante el conflicto? ¿No importa el medio infinitamente más que el fin? El fin puede ser, pero el medio es. Lo efectivo, lo que es, ha de ser comprendido y no aplastado por las determinaciones, los ideales y las ingeniosas racionalizaciones. El dolor no es el camino hacia la felicidad. Lo que se llama pasión tiene que ser comprendido, y no reprimido ni sublimado, y es inútil encontrarle un sustituto. Hagáis lo que hiciereis, sea el que fuere el recurso que inventéis, no hará otra cosa que fortalecer a aquello que no ha sido amado ni comprendido. Amar lo que llamamos pasión es comprenderla. Amar es estar en unión directa, y no podéis amar algo si lo resistís, si tenéis ideas, conclusiones sobre ello. ¿Cómo podéis amar y comprender la pasión si habéis hecho un voto contra ella? Un voto es una forma de resistencia, y aquello que resistís al fin os conquista. La verdad no es para ser conquistada; no podéis asaltarla; se os escapará de las manos si tratáis de agarrarla. La verdad viene silenciosamente, sin que lo sepáis. Lo qué conocéis no es la verdad, es sólo una idea, un símbolo. La sombra no es lo real.
Seguramente, nuestro problema es comprendernos a nosotros mismos, y no destruirnos. Destruir es relativamente fácil. Tenéis una norma de acción que esperáis os lleve a la verdad. La norma es siempre de vuestra propia hechura, se ajusta a vuestro propio condicionamiento, como también ocurre con el fin. Vosotros hacéis la norma y luego formulais el voto de cumplirla. Este es un escape final de vos mismo. Vos no sois esa norma autoproyectada y su proceso sois lo que efectivamente sois, el deseo, el anhelo. Si realmente queréis trascender el deseo y quedar libre de él, tenéis que comprenderlo por completo, sin condenarlo ni aceptarlo; pero ese es un arte que solamente llega mediante la vigilancia templada por la honda pasividad.
“He leído algunas de vuestras conferencias y puedo seguir lo que queréis decir. Pero ¿qué es lo que efectivamente debemos hacer?”
Es vuestra vida, vuestra desgracia, vuestra felicidad, y ¿se atreverá otro a deciros lo que debéis o no debéis hacer? ¿No os lo han dicho ya otros? Los otros son el pasado, la tradición, el condicionamiento del cual vosotros sois también parte. Habéis escuchado a otros, a vosotros mismos, y os encontráis en este apuro; y ¿todavía buscáis consejo de otros, que es como si fuera de vosotros mismos? Escucharéis, pero aceptaréis lo placentero y rechazaréis lo doloroso y las dos cosas atan. Vuestro voto contra la pasión es el comienzo de la desdicha, lo mismo que la indulgencia con ella; pero lo importante es comprender todo este proceso del ideal, del voto, de la disciplina, del castigo, todo lo cual es una honda evasión de la pobreza interna, del dolor de la interna insuficiencia y soledad. Este proceso total sois vos mismo.
“Pero, ¿qué nos decís sobre los hijos?”
Tampoco aquí hay “sí” o “no”. Buscar una respuesta por medio de la mente no conduce a ninguna parte. Utilizamos los hijos como peones en el juego de nuestra vanidad, y acumulamos desdicha; los utilizamos como otro medio de escape de nosotros mismos. Cuando los hijos no son utilizados como un medio, tienen una significación o importancia que no es la significación que vos, o la sociedad, o el Estado puede darles. La castidad no es cosa de la mente; la castidad es la naturaleza misma del amor. Sin amor, hagáis lo que queráis, no puede haber castidad. Si hay amor, vuestra pregunta encontrará la verdadera respuesta
Siguieron en aquella habitación en completo silencio, durante largo rato. No hubo más palabras ni gestos.